Ahora que todo el mundo está temeroso y expectante de
las trompetas del apocalipsis (acaso, una humilde armónica sea suficiente)
decido cerrar de una vez este pequeño apartado de mis lecturas veraniegas. En
las últimas dos semanas la planificación de clases se llevó casi toda mi
atención y perdí o dejé que se perdieran los apuntes que pensaba transcribir al
blog y que correspondían a los siguientes textos: Nunca acaricies a un perro en llamas (Alberto Gallo, 2010); 31 canciones (Nick Hornby, 2003); y Siddhartha (¿hace falta decirlo? Hesse,
1922). A pesar de este pequeño contratiempo o aprovechándome de él, seré
sumamente breve y arbitrario.
La novela de Gallo -mucho menos ambiciosa y
contundente que su Ángeles entre nosotros-
es, en apariencia, ingrávida y cristalina. Sin embargo, está impecablemente
escrita, su prosa es pulcra e invita a la fluidez y a la velocidad. Esconde
algunos guiños a Rulfo, aunque los esconde a medias ya que Gallo nos avisa (¿innecesariamente?)
de su mecanismo casi como si dejara ver los zapatos debajo de la cortina. Se
percibe una profusa investigación de la cultura japonesa, de su historia y
sensibilidad, también un sondeo de su inabarcable espíritu. Gallo –lo sabemos-
es muy bueno, aunque en esta obra específica podríamos –creo que sin faltarle
el respeto- retirarle el “muy”.
Nick Hornby. Reconozco que hasta enero de 2020 no
tenía idea de quién era Nick Hornby. Ahora sé que es un novelista británico,
autor de la aclamada Alta fidelidad
(llevada al cine en el año 2000), fanático del Arsenal y de la música pop. Su libro, 31
canciones, resultó ser una de mis lecturas más placenteras de los últimos
tiempos. Se trata de una serie de ensayos (31, para los distraídos o carentes
de intuición) nada presuntuosos sobre las canciones que lo “mueven”, que han
significado algo para él en diversos momentos de su vida. El
resultado es un libro fresco, instructivo, que me llevó a abrir varias veces la
ventana de YouTube para buscar canciones, corroborar detalles señalados, hacer
analogía de sensaciones y opinar a favor o en contra de las subjetivas
apreciaciones de Hornby. Como si fuera poco, la lectura me brindó algunas ideas
para un proyecto personal que se encuentra en marcha. Encantador.
Llegamos a Hesse. Lo que es decir que llegamos a una
torre de la literatura y, si bien mi opinión no es capaz de mancillar uno solo
de sus ladrillos la expongo. Se trata de una relectura, pero aquella lectura
inicial está tan apartada de mi recuerdo que fue casi como empezar de cero. Y
me encontré con otro Hesse. Porque el registro de la prosa de Siddhartha no se parece en nada al de El lobo estepario o Knulp o El último verano de
Klingsor. Siddhartha es un roce
espiritual donde poco importa el cuerpo de las palabras, la materia del
lenguaje es apenas un vehículo para explorar, para atisbar un sendero que se
recorre en otros libros y se practica en la vida si se tiene la aspiración, si
se asume el compromiso. No es la estética su virtud y veo en eso algo
coherente. Es un libro tan arriesgado como profundo y que, pensándolo bien,
Hesse continúa escribiendo -en sus cartas- hasta la muerte.