Libros

domingo, 29 de marzo de 2020

Gabinete poético - 5



¿Cómo sería atravesar una cuarentena dentro de mi Gabinete poético? Esa pregunta me asaltó en esta nueva y repetida mañana. Decidí visitarlo para corroborar sensaciones, para re-saborear versos y sacudir el polvo de las iniciales emociones. El gabinete está preparado para soportarlo todo. Incluso antes de retirarme, antes de pasar la llave invisible (la de nadie, la de todos) me preocupé de dejar una nueva obra. Un soneto de Leonardo De León, es decir, un poema del poeta uruguayo (menor de cuarenta) más importante que conocemos. Y conocemos muchos. Vengan todos, el gabinete permite aglomeraciones.





Lluvia

De plomo y de terror la piel del cielo
se curva por el peso de la lluvia
un rayo la desgaja y se diluvia
la furia de su llanto y de su duelo.

En todas partes corre la amenaza
del agua que estancada en la laguna
soñaba con trepar hasta la luna
y ver con su pupila mi terraza.

El trueno abre los ojos, sudestada
que grita un galopar sobre la aldea
un árbol de cristal que el viento arquea

se aferra y despedaza la mirada.
Colérica la lluvia nos hermana.
Lastima la frialdad de la ventana.





Otra piedra de sol. Leonardo De León, Lady J Ediciones, 2015.

martes, 17 de marzo de 2020

Mi estreno en la Feria del Libro de Montevideo (2019)





Tardío e inesperado aunque parezca una contradicción. La FIL de mi ciudad tardó muchos años en cederme un espacio (primero fue Atlántida, luego Concordia,  más tarde La Habana) y cuando lo hizo me enteré con pocas horas de anticipación. Llovía, como en todos mis estrenos, y no tuve tiempo de armar un mínimo discurso así que recurrí al mismo texto que utilicé en la primera presentación de Libreta insomne. Sobre la marcha improvisé algunas variantes que solo lograron empeorarlo pero sin tocar la ruina. Al menos eso me aseguraron mis pocos amigos presentes. Mientras la representante de la Editorial Primero de Mayo ofrecía unas palabras acerca de las novedades de su sello en mi mente zumbaba una idea persistente: cada vez disfruto menos de las presentaciones en público. Más allá de eso estaba contento por la experiencia y me generaba cierto regocijo observar desde mi silla un breve triángulo de lluvias, casi una postal con la plaza y sus transeúntes apurados. Por otra parte, era tranquilizador saber que Marosa –más inmensa que nosotros-  cuidaba mis espaldas.

sábado, 14 de marzo de 2020

Mis "lecturas de verano" (5, 6 y 7)





Ahora que todo el mundo está temeroso y expectante de las trompetas del apocalipsis (acaso, una humilde armónica sea suficiente) decido cerrar de una vez este pequeño apartado de mis lecturas veraniegas. En las últimas dos semanas la planificación de clases se llevó casi toda mi atención y perdí o dejé que se perdieran los apuntes que pensaba transcribir al blog y que correspondían a los siguientes textos: Nunca acaricies a un perro en llamas (Alberto Gallo, 2010); 31 canciones (Nick Hornby, 2003); y Siddhartha (¿hace falta decirlo? Hesse, 1922). A pesar de este pequeño contratiempo o aprovechándome de él, seré sumamente breve y arbitrario.

La novela de Gallo -mucho menos ambiciosa y contundente que su Ángeles entre nosotros- es, en apariencia, ingrávida y cristalina. Sin embargo, está impecablemente escrita, su prosa es pulcra e invita a la fluidez y a la velocidad. Esconde algunos guiños a Rulfo, aunque los esconde a medias ya que Gallo nos avisa (¿innecesariamente?) de su mecanismo casi como si dejara ver los zapatos debajo de la cortina. Se percibe una profusa investigación de la cultura japonesa, de su historia y sensibilidad, también un sondeo de su inabarcable espíritu. Gallo –lo sabemos- es muy bueno, aunque en esta obra específica podríamos –creo que sin faltarle el respeto- retirarle el “muy”.

Nick Hornby. Reconozco que hasta enero de 2020 no tenía idea de quién era Nick Hornby. Ahora sé que es un novelista británico, autor de la aclamada Alta fidelidad (llevada al cine en el año 2000), fanático del Arsenal y de la música pop.  Su libro, 31 canciones, resultó ser una de mis lecturas más placenteras de los últimos tiempos. Se trata de una serie de ensayos (31, para los distraídos o carentes de intuición) nada presuntuosos sobre las canciones que lo “mueven”, que han significado algo para él en diversos momentos de su vida. El resultado es un libro fresco, instructivo, que me llevó a abrir varias veces la ventana de YouTube para buscar canciones, corroborar detalles señalados, hacer analogía de sensaciones y opinar a favor o en contra de las subjetivas apreciaciones de Hornby. Como si fuera poco, la lectura me brindó algunas ideas para un proyecto personal que se encuentra en marcha. Encantador.

Llegamos a Hesse. Lo que es decir que llegamos a una torre de la literatura y, si bien mi opinión no es capaz de mancillar uno solo de sus ladrillos la expongo. Se trata de una relectura, pero aquella lectura inicial está tan apartada de mi recuerdo que fue casi como empezar de cero. Y me encontré con otro Hesse. Porque el registro de la prosa de Siddhartha no se parece en nada al de El lobo estepario o Knulp o El último verano de Klingsor. Siddhartha es un roce espiritual donde poco importa el cuerpo de las palabras, la materia del lenguaje es apenas un vehículo para explorar, para atisbar un sendero que se recorre en otros libros y se practica en la vida si se tiene la aspiración, si se asume el compromiso. No es la estética su virtud y veo en eso algo coherente. Es un libro tan arriesgado como profundo y que, pensándolo bien, Hesse continúa escribiendo -en sus cartas- hasta la muerte.

sábado, 29 de febrero de 2020

Mis "lecturas de verano" (4)





Cualquier arribo a una isla como esta viene precedido de vientos favorables. Avizoré los cayos que rodean el nodo poético de Seamus Heaney hace varios años, durante una de mis tediosas (pero instructivas) jornadas laborales nocturnas. Allí visité poemas como “Sibila” y “Conduciendo de noche” en la impagable A media voz (web que reúne la mejor poesía del uni-verso). Tiempo después, la poesía de Heaney era para mí un viaje del que apenas quedaban unas pocas fotografías mentales. Hasta que me topé con Bloom y sus tan subjetivas coordenadas del mapa poético occidental. Si bien Bloom dedica unas pocas páginas al Nobel irlandés es justo reconocer que su mirada fue un golpe de timón, viento y oleaje propicio capaz de arrastrarme de regreso. Cadena humana es el proyecto poético de un autor ya consolidado que, casi sin esfuerzo, alcanza una innegable universalidad desde la sencillez, desde lo mínimo y, pocas veces, desde el impacto. El vacío de “La casa a oscuras y la puerta abierta” (poema de la página 149) no se materializa hasta varios poemas después, donde la comprensión de los espacios y los silencios es la resonancia de un aletargado eco interior. Esa duración del efecto es la virtud que desdibuja la aparente brevedad de los textos que un lector desatento podría pasar por alto. Heaney repite este mecanismo, pinta cuadros naturales donde privilegia los límites del mar (puertos, muelles) y de los bosques (caseríos), cita a Dante entre versos sumamente prosaicos y elabora una detallada red que tiende entre la forma y el contenido. El único reparo a esta grata experiencia de lectura es extra-Heaney: la traducción. Demasiadas licencias en el transcrear de Pura López Colomé debido a su interés por replicar una imposible musicalidad.

jueves, 27 de febrero de 2020

Mis "lecturas de verano" (3)





Hay tantos Andrés Neuman como Neuman se proponga. Hay un Neuman de la imponente Fractura y hay otro Neuman del ínfimo aforismo. ¿A cuántos Neuman de distancia se encuentra Hablar solos de las Microrréplicas? ¿Qué tan Neuman son los haikus y sus diarios de viaje? ¿Y sus cuentos, y sus diccionarios? Ahora que cierro Anatomía sensible, ahora que me despido de la coherente tersura del material del libro pienso que todas las variantes de Neuman son predecibles  en un aspecto: la excelencia. Sabemos que es un autor joven, pero prolífico. Tiene poco más de cuarenta años, pero más de veinte produciendo. Y siempre enmarcado en la calidad, en la creatividad, en el ingenio. ¿Cuál es el libro malo de Neuman? Ok. ¿Cuál es el libro mediocre? Está bien. ¿Hay alguno que no sea, por lo menos, bueno? Sabemos que las apuestas poco tienen que ver con la literatura pero me juego todos los boletos a la siguiente afirmación: en veinte años el Nobel será de Neuman. Bueno, está bien. ¿El Cervantes? Retiro un pie del delirio para decir dos cosas de Anatomía sensible: 1) hay una forma de narrar el cuerpo de espaldas a la estética instagramera, haciendo foco en la zona insospechada, rescatando el ojo, las pecas o la herida; 2) hay una ensayística (¿hija de Paz, sobrina de Borges, prima de Negroni…?) que sabe confundirse con la poesía, que provoca el juego de espejos en un reflejo libre de jaulas estéticas, vacía del repetido precinto de las citas. Así leo y leí Anatomía sensible: como un libro capaz de generar en el vestíbulo de una biblioteca o bajo el caparazón de una sombrilla un similar y único disfrute.

Mis "lecturas de verano" (2)





Las vacaciones permiten, entre otras cosas, echar una mirada de mayor duración sobre nuestra biblioteca. Ya no se trata de captar desde las alturas el libro urgente para tal o cual tarea: llámese planificar una clase, elaborar un ensayo o simplemente entregarse a la lectura. Descubrimos tras cortinas de polvo aquel libro abandonado injustamente por otro o invisibilizado por un cerro de ejemplares “más necesarios”. Fue así que reapareció ante mis ojos este diario de viajes de Bukowski. No recuerdo bajo qué circunstancias lo adquirí pero imagino que se trató de una compra compulsiva, sin ninguna convicción ya que el libro terminó rápidamente en las estanterías casi sin ser revisado. Empecé a leerlo en el jardín de la casa de mis padres mientras mi viejo bebía una copa de vino en honor al viejo Hank (aunque este hubiera preferido unas cervezas). Y si la pregunta es ¿qué podemos esperar de este texto de Bukowski? La respuesta resulta muy sencilla: lo de siempre. Y para los que disfrutamos de cuentos como “La chica más hermosa de la ciudad”, de la novela Factotum o de los poemas incluidos en Madrigales de la pensión, esto no está nada mal. En los diarios escritos durante su primer viaje a Europa (Francia y Alemania) Bukowski –como un ebrio Whitman- se celebra y se canta a sí mismo. Borracho desde la primera página se burla de la gran literatura, lee poesía para multitudes, se pelea en un masivo programa de la televisión francesa y no es bienvenido en la casa de la familia de su novia, la incansable Linda Lee. Las numerosas fotografías de Michael Montfort son una apoyatura provechosa para rellenar el cuadro de lo narrado por Bukowski, un marco firme para estas postales delirantes que se suceden sin piedad y que no nos dejan otra cosa que una mueca risueña tras abandonar el libro. No es poca cosa.  



miércoles, 26 de febrero de 2020

Mis "lecturas de verano" (1)





Siete libros me acompañaron durante los primeros dos meses del año. Fueron leídos en contextos de calma y tranquilidad, en paisajes arenosos y noches de calor extremo. Cada uno de ellos provocó una anotación post lectura que, a partir de ahora, empiezo a compartir con ustedes:

Los teléfonos de papel – Felipe Polleri (narrativa)
Shakespeare nunca lo hizo – Charles Bukowski (diarios)
Anatomía sensible – Andrés Neuman (ensayístico-poético)
Cadena humana – Seamus Heaney (poesía)
Nunca acaricies a un perro en llamas – Alberto Gallo (narrativa)
31 canciones – Nick Hornby (ensayo)
Siddhartha – Hermann Hesse (narrativa)

Mi interés por Polleri viene de larga data pero el impulso definitivo que me llevó a comprar uno de sus libros se lo debo a Mathías Iguiniz quien, en una tarde de mates, charlas y bebidas espirituosas enumeró una serie interesante de razones para adentrarse en la obra del autor de ¡Alemania, Alemania! Desgraciadamente, el texto elegido para esta auspiciosa iniciación no fue el más recomendable. En Los teléfonos de papel encontré un marcado interés por transgredir, tan marcado que resulta poco genuino. Intuyo –quizás de forma errónea- que Polleri juega con las cartas (luminosas) de sus obras previas, de su trayectoria, como si no fuera necesario, en cada nueva mano, barajar y dar de nuevo. En definitiva, un libro para sus lectores cultuales. A su favor debo decir que, durante la rápida lectura, se presiente la grandeza de la que Iguiniz, Eduardo Aguirre y otros tantos han sabido reconocer, y de la que yo no osaría dudar. Entiéndase, el libro es correcto pero para mí poco recordable, salvo por algunos pasajes asombrosamente poéticos y los sugestivos collages de Lucía Boiani que agregan una buena capa de interés a la vez que ofrecen una creativa interpretación. Hay mucho más Polleri. 

Gabinete poético - 5

¿Cómo sería atravesar una cuarentena dentro de mi Gabinete poético? Esa pregunta me asaltó en esta nueva y repetida mañana. Decidí visit...