Libros

sábado, 14 de marzo de 2020

Mis "lecturas de verano" (5, 6 y 7)





Ahora que todo el mundo está temeroso y expectante de las trompetas del apocalipsis (acaso, una humilde armónica sea suficiente) decido cerrar de una vez este pequeño apartado de mis lecturas veraniegas. En las últimas dos semanas la planificación de clases se llevó casi toda mi atención y perdí o dejé que se perdieran los apuntes que pensaba transcribir al blog y que correspondían a los siguientes textos: Nunca acaricies a un perro en llamas (Alberto Gallo, 2010); 31 canciones (Nick Hornby, 2003); y Siddhartha (¿hace falta decirlo? Hesse, 1922). A pesar de este pequeño contratiempo o aprovechándome de él, seré sumamente breve y arbitrario.

La novela de Gallo -mucho menos ambiciosa y contundente que su Ángeles entre nosotros- es, en apariencia, ingrávida y cristalina. Sin embargo, está impecablemente escrita, su prosa es pulcra e invita a la fluidez y a la velocidad. Esconde algunos guiños a Rulfo, aunque los esconde a medias ya que Gallo nos avisa (¿innecesariamente?) de su mecanismo casi como si dejara ver los zapatos debajo de la cortina. Se percibe una profusa investigación de la cultura japonesa, de su historia y sensibilidad, también un sondeo de su inabarcable espíritu. Gallo –lo sabemos- es muy bueno, aunque en esta obra específica podríamos –creo que sin faltarle el respeto- retirarle el “muy”.

Nick Hornby. Reconozco que hasta enero de 2020 no tenía idea de quién era Nick Hornby. Ahora sé que es un novelista británico, autor de la aclamada Alta fidelidad (llevada al cine en el año 2000), fanático del Arsenal y de la música pop.  Su libro, 31 canciones, resultó ser una de mis lecturas más placenteras de los últimos tiempos. Se trata de una serie de ensayos (31, para los distraídos o carentes de intuición) nada presuntuosos sobre las canciones que lo “mueven”, que han significado algo para él en diversos momentos de su vida. El resultado es un libro fresco, instructivo, que me llevó a abrir varias veces la ventana de YouTube para buscar canciones, corroborar detalles señalados, hacer analogía de sensaciones y opinar a favor o en contra de las subjetivas apreciaciones de Hornby. Como si fuera poco, la lectura me brindó algunas ideas para un proyecto personal que se encuentra en marcha. Encantador.

Llegamos a Hesse. Lo que es decir que llegamos a una torre de la literatura y, si bien mi opinión no es capaz de mancillar uno solo de sus ladrillos la expongo. Se trata de una relectura, pero aquella lectura inicial está tan apartada de mi recuerdo que fue casi como empezar de cero. Y me encontré con otro Hesse. Porque el registro de la prosa de Siddhartha no se parece en nada al de El lobo estepario o Knulp o El último verano de Klingsor. Siddhartha es un roce espiritual donde poco importa el cuerpo de las palabras, la materia del lenguaje es apenas un vehículo para explorar, para atisbar un sendero que se recorre en otros libros y se practica en la vida si se tiene la aspiración, si se asume el compromiso. No es la estética su virtud y veo en eso algo coherente. Es un libro tan arriesgado como profundo y que, pensándolo bien, Hesse continúa escribiendo -en sus cartas- hasta la muerte.

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