Tardío e inesperado aunque parezca una contradicción.
La FIL de mi ciudad tardó muchos años en cederme un espacio (primero fue
Atlántida, luego Concordia, más tarde La
Habana) y cuando lo hizo me enteré con pocas horas de anticipación. Llovía,
como en todos mis estrenos, y no tuve tiempo de armar un mínimo discurso así
que recurrí al mismo texto que utilicé en la primera presentación de Libreta
insomne. Sobre la marcha improvisé algunas variantes que solo lograron
empeorarlo pero sin tocar la ruina. Al menos eso me aseguraron mis pocos amigos
presentes. Mientras la representante de la Editorial Primero de Mayo ofrecía
unas palabras acerca de las novedades de su sello en mi mente zumbaba una idea
persistente: cada vez disfruto menos de las presentaciones en público. Más allá
de eso estaba contento por la experiencia y me generaba cierto regocijo observar
desde mi silla un breve triángulo de lluvias, casi una postal con la plaza y
sus transeúntes apurados. Por otra parte, era tranquilizador saber que Marosa –más
inmensa que nosotros- cuidaba mis
espaldas.
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