Siete libros me acompañaron durante los primeros dos
meses del año. Fueron leídos en contextos de calma y tranquilidad, en paisajes arenosos y noches de calor extremo. Cada uno de ellos provocó una anotación post lectura que, a partir de ahora, empiezo a compartir con ustedes:
Los teléfonos de papel – Felipe
Polleri (narrativa)
Shakespeare nunca lo hizo –
Charles Bukowski (diarios)
Anatomía sensible – Andrés
Neuman (ensayístico-poético)
Cadena humana – Seamus Heaney
(poesía)
Nunca acaricies a un perro en
llamas – Alberto Gallo (narrativa)
31 canciones – Nick Hornby
(ensayo)
Siddhartha – Hermann Hesse
(narrativa)
Mi interés por Polleri viene de larga data pero el
impulso definitivo que me llevó a comprar uno de sus libros se lo debo a
Mathías Iguiniz quien, en una tarde de mates, charlas y bebidas espirituosas
enumeró una serie interesante de razones para adentrarse en la obra del autor
de ¡Alemania, Alemania! Desgraciadamente,
el texto elegido para esta auspiciosa iniciación no fue el más recomendable. En
Los teléfonos de papel encontré un
marcado interés por transgredir, tan marcado que resulta poco genuino. Intuyo –quizás
de forma errónea- que Polleri juega con las cartas (luminosas) de sus obras
previas, de su trayectoria, como si no fuera necesario, en cada nueva mano,
barajar y dar de nuevo. En definitiva, un libro para sus lectores cultuales. A
su favor debo decir que, durante la rápida lectura, se presiente la grandeza de
la que Iguiniz, Eduardo Aguirre y otros tantos han sabido reconocer, y de la
que yo no osaría dudar. Entiéndase, el libro es correcto pero para mí poco
recordable, salvo por algunos pasajes asombrosamente poéticos y los sugestivos
collages de Lucía Boiani que agregan una buena capa de interés a la vez que
ofrecen una creativa interpretación. Hay mucho más Polleri.
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