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lunes, 18 de febrero de 2019

El dolor como monstruo y trayectoria en la poesía de Laura Cesarco Eglin





...ese es su ritmo y no me queda otra
que entender los lapsos de estas horas”
Laura Cesarco Eglin

Laura Cesarco Eglin (Montevideo, 1976) ha erigido una figura consistente del dolor. La materia fundamental del mismo es fácilmente apreciable en su segundo poemario, Sastrería (Yaugurú, 2011), donde el sufrimiento está íntimamente ligado a la pérdida, a la llegada inexorable de la muerte y sus ramificaciones sobre los vivos. Sastrería, en sus breves momentos de tonalidad elegíaca, implanta una sensibilidad central en la trayectoria poética de Laura; atrás quedaron los versos líquidos de su primer poemario, la exploración de la simbología del agua y toda la artillería poética en pos del variado nombramiento del elemento. La sensación aflictiva que recorre los textos de Sastrería, por momentos desgarradores, en otros atenuados por el vaivén ilusorio de la memoria, parece querer propagarse sobre los textos que componen su obra más reciente. Me refiero a Los brazos del Saguaro (Yaugurú, 2015), donde la sombra del dolor se posa sin titubeos sobre todo el cuerpo del primer capítulo. Cabe preguntarse si la potencia de este elemento desarrollado en el poemario previo es tan indomable que a la poeta le fue imposible dejarlo fuera del siguiente o, tal vez, es una característica propia de la poética de Laura que podremos rastrear a lo largo y ancho de su obra. En cualquier caso es digno destacar la maestría con que ella nos presenta a su monstruo. El dolor se eleva ante nuestra atónita mirada, los sentidos participan de su conocimiento, son testigos de su presencia:

El dolor tiene sonido
el dolor crece

Tal vez lo importante aquí sea la postura del yo lírico, su afán no es esconderse ni hablarnos de su temor. El dolor es observado, pero no desde la seguridad de un escondite, sino de pie, frente a él, cara a cara, aunque haya que observarlo desde abajo, recorriendo lentamente con la mirada toda su imponencia:

Conozco los detalles del dolor (...)
(...) un paso
en falso y el dolor no espera
ni al adverbio rápidamente; lastima
hasta el grito. Otra sorpresa -es el dolor
articulado. Aúllo. ¿Para ahuyentar?

El miedo a veces, se traduce en dos opciones, huir o atacar. Sin embargo aquí, el yo lírico es capaz de sopesar la motivación de sus reacciones. Hay una valentía implícita en el enfrentar, en el tratar de dilucidar nuestros movimientos aún en la tensión más aciaga de todas, cara a cara con el monstruo.

Decíamos que la figura monstruosa del dolor se viene construyendo desde Sastrería, sin embargo, podemos rastrear -siendo muy puntillosos- alguna mínima manifestación del mismo en la primera obra de Laura: Llamar al agua por su nombre (Mouthfeel Press, 2010). Asociado tempranamente a la pérdida, el dolor viene de la mano del llanto, de un manar interior que significa, congoja, pena, sufrimiento

Mientras hoy el gris se hincha
de todo el llanto, relampaguean imágenes
que entre picana y picana es
lo que queda de vos

El llanto como consecuencia del dolor sufre un proceso de maduración a lo largo de los tres poemarios. Ya en Los brazos del Saguaro:

(...) el dolor no es garantía
de lágrimas

(...) dolor que no se vuelca y sigue
secando de a pinchazos irritando la metáfora
del mar de lágrimas cuando se sabe que
el dolor se entiende
en el desierto

El dolor agazapado, el dolor sumergido del primer poemario, se hace mucho más visible en el desierto. Erguido sobre la aridez inmensa, sus formas se tornan distinguibles, sus detalles apreciables, conocidos.
Laura nos dibuja toda una trayectoria del pesar. El dolor en el pasado, a través de las cicatrices que nos recuerdan el daño acaecido; el tormento en el presente, casi inexpresable por su magnitud pero definido con acierto

Dolor
No basta decir que algo me duele. Estoy doliendo. Duelo.

     Y el dolor en el futuro, concebido como el quejido agudo de la desesperanza.

En la trayectoria poetizada por Laura podemos vislumbrar un reconocimiento. Hablar del dolor, y crear a partir de él, es animarse a caminar un poco más allá. No hay estancamiento. El dolor permite apreciar el goce de las vivencias previas y, de alguna forma, preparar al hombre para una próxima arremetida. Hemos experimentado el golpe, tenemos un parámetro para medir nuestras fuerzas. La noche ha caído sobre las jornadas festivas de otro tiempo, el recuerdo puede traer a colación los matices de esas luces. En las tonalidades oscuras es esperable la claridad, a toda noche le sucede el día. Y lo que es más importante, en las cenizas del dolor, hallamos la poesía.



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