“...ese
es su ritmo y no me queda otra
que
entender los lapsos de estas horas”
Laura
Cesarco Eglin
Laura Cesarco Eglin (Montevideo, 1976) ha erigido una figura
consistente del dolor. La materia fundamental del mismo es fácilmente
apreciable en su segundo poemario, Sastrería (Yaugurú,
2011), donde el sufrimiento está íntimamente ligado a la
pérdida, a la llegada inexorable de la muerte y sus ramificaciones
sobre los vivos. Sastrería, en sus breves momentos de
tonalidad elegíaca, implanta una sensibilidad central en la
trayectoria poética de Laura; atrás quedaron los versos líquidos
de su primer poemario, la exploración de la simbología del agua y
toda la artillería poética en pos del variado nombramiento del
elemento. La sensación aflictiva que recorre los textos de
Sastrería, por momentos desgarradores, en otros atenuados por
el vaivén ilusorio de la memoria, parece querer propagarse sobre los
textos que componen su obra más reciente. Me refiero a Los brazos
del Saguaro (Yaugurú, 2015),
donde la sombra del dolor se posa sin titubeos sobre todo el cuerpo
del primer capítulo. Cabe preguntarse si la potencia de este
elemento desarrollado en el poemario previo es tan indomable que a la
poeta le fue imposible dejarlo fuera del siguiente o, tal vez, es una
característica propia de la poética de Laura que podremos rastrear
a lo largo y ancho de su obra. En cualquier caso es digno destacar la
maestría con que ella nos presenta a su monstruo. El dolor se eleva
ante nuestra atónita mirada, los sentidos participan de su
conocimiento, son testigos de su presencia:
El
dolor tiene sonido
el
dolor crece
Tal vez lo importante aquí sea la postura del yo lírico, su afán
no es esconderse ni hablarnos de su temor. El dolor es observado,
pero no desde la seguridad de un escondite, sino de pie, frente a él,
cara a cara, aunque haya que observarlo desde abajo, recorriendo
lentamente con la mirada toda su imponencia:
Conozco
los detalles del dolor (...)
(...)
un paso
en
falso y el dolor no espera
ni al
adverbio rápidamente; lastima
hasta
el grito. Otra sorpresa -es el dolor
articulado.
Aúllo. ¿Para ahuyentar?
El miedo a veces, se traduce en dos opciones, huir o atacar. Sin
embargo aquí, el yo lírico es capaz de sopesar la motivación de
sus reacciones. Hay una valentía implícita en el enfrentar, en el
tratar de dilucidar nuestros movimientos aún en la tensión más
aciaga de todas, cara a cara con el monstruo.
Decíamos que la figura monstruosa del dolor se viene construyendo
desde Sastrería, sin embargo, podemos rastrear -siendo muy
puntillosos- alguna mínima manifestación del mismo en la primera
obra de Laura: Llamar al agua por su nombre (Mouthfeel
Press, 2010). Asociado tempranamente a la pérdida, el dolor
viene de la mano del llanto, de un manar interior que significa,
congoja, pena, sufrimiento
Mientras
hoy el gris se hincha
de
todo el llanto, relampaguean imágenes
que
entre picana y picana es
lo
que queda de vos
El llanto como consecuencia del dolor sufre un proceso de maduración
a lo largo de los tres poemarios. Ya en Los brazos del Saguaro:
(...)
el dolor no es garantía
de
lágrimas
(...)
dolor que no se vuelca y sigue
secando
de a pinchazos irritando la metáfora
del
mar de lágrimas cuando se sabe que
el
dolor se entiende
en el
desierto
El dolor agazapado, el dolor sumergido del primer poemario, se hace
mucho más visible en el desierto. Erguido sobre la aridez inmensa,
sus formas se tornan distinguibles, sus detalles apreciables,
conocidos.
Laura nos dibuja toda una trayectoria del pesar. El dolor en el
pasado, a través de las cicatrices que nos recuerdan el daño
acaecido; el tormento en el presente, casi inexpresable por su
magnitud pero definido con acierto
Dolor
No basta decir que algo me duele. Estoy doliendo. Duelo.
Y el
dolor en el futuro, concebido como el quejido agudo de la
desesperanza.
En la trayectoria poetizada por Laura podemos vislumbrar un
reconocimiento. Hablar del dolor, y crear a partir de él, es
animarse a caminar un poco más allá. No hay estancamiento. El dolor
permite apreciar el goce de las vivencias previas y, de alguna forma,
preparar al hombre para una próxima arremetida. Hemos experimentado
el golpe, tenemos un parámetro para medir nuestras fuerzas. La noche
ha caído sobre las jornadas festivas de otro tiempo, el recuerdo
puede traer a colación los matices de esas luces. En las tonalidades
oscuras es esperable la claridad, a toda noche le sucede el día. Y
lo que es más importante, en las cenizas del dolor, hallamos la
poesía.
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