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jueves, 31 de enero de 2019

Escultor de la pérdida: sobre un poemario de Javier Etchevarren





   Escultor de la pérdida, Javier Etchevarren, nos entrega en este intenso y dolorido poemario la llave de la habitación donde se encuentra su obra maestra. Nos invita, primero, a observar por la cerradura; el epígrafe de Pessoa nos pone sobre aviso: “todas las cartas de amor son ridículas”. Este valiente adelanto podría -en lectores que no conocen a Etchevarren- precipitar la huida; la llave abandonándose en la cerradura.
   “Entro en la canción” dice el primer verso y empezamos a girar el picaporte; “es un concierto del oleaje de tu ausencia” agrega y empujamos la puerta; “otro poema/ otra mueca de mis manos”, pff, estamos dentro.
   El intenso poemario que Etchevarren confecciona tiene como materia prima la emoción que se nutre de la ausencia, de los silencios, del ardoroso conocimiento del amor part(ido). Amor – Desamor, tópico dificultoso, requiere (para ser soportable) superar el primer escollo: la cursilería. El poeta lo logra. Cuando el poema empieza a rozar los tenebrosos lugares comunes, Etchevarren, hábilmente se aleja: “...y sólo queda un vacío roto de vida,/ una ruina respirante,/ un rincón de su tamaño/ para que un niño se esconda.” (Fábula de Ximena).
   Presentimos las formas de un tú lírico rigurosamente trabajado: es pasado, vacío, espalda, indiferencia, huida... La lectura va en pos del irrealizable encuentro, cada verso apuesta a la cercanía, cada poema descubre un poco más de la escultura.
   Cercado por el poderío de las ilustraciones el texto que da nombre al libro es impagable; quizás sobra el “Epílogo”, por encandilamiento previo. Felizmente, perduran esas luces.

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