He vuelto a escuchar al cantautor holguinero Oscar Sánchez. Once meses pasaron de mi experiencia cubana, y la música de Oscar, su impronta escénica y la valentía de sus letras parecen ser la marea que me lleva de regreso. Encuentro en youtube unas pocas canciones: “El pega pega”; “La amenaza de la Nasa”; “Se me cae la mano”... Son suficientes para activar el recuerdo, las sensaciones que circulaban entre los que allí estábamos presente. El trovador, en esta tierra de trovadores con fronteras de agua, cumple con una misión de suprema responsabilidad. La nueva trova nutre y apremia y empuja desde el pasado, pero Oscar, barba bien cumplida, asume todos los riesgos, toma diversos matices y los hace confluir dentro de su propia creación. El abanico puede tener infinitas tonalidades, novedosísimas gamas, sorpresivas opacidades. Pero nunca falta el ritmo, el viaje estético, el túnel comunicativo. En nuestras manos quedan trozos de una experiencia irrepetible que, infructuosamente, trataremos de recuperar, reconstruir. Comprendo ahora, mientras observo el gazebo gris montevideano, que mi regreso es apenas una aproximación, un avistamiento desde el agua. Ansío poner los pies sobre la tierra.
miércoles, 9 de enero de 2019
Avistamiento: la trova de Oscar Sánchez
He vuelto a escuchar al cantautor holguinero Oscar Sánchez. Once meses pasaron de mi experiencia cubana, y la música de Oscar, su impronta escénica y la valentía de sus letras parecen ser la marea que me lleva de regreso. Encuentro en youtube unas pocas canciones: “El pega pega”; “La amenaza de la Nasa”; “Se me cae la mano”... Son suficientes para activar el recuerdo, las sensaciones que circulaban entre los que allí estábamos presente. El trovador, en esta tierra de trovadores con fronteras de agua, cumple con una misión de suprema responsabilidad. La nueva trova nutre y apremia y empuja desde el pasado, pero Oscar, barba bien cumplida, asume todos los riesgos, toma diversos matices y los hace confluir dentro de su propia creación. El abanico puede tener infinitas tonalidades, novedosísimas gamas, sorpresivas opacidades. Pero nunca falta el ritmo, el viaje estético, el túnel comunicativo. En nuestras manos quedan trozos de una experiencia irrepetible que, infructuosamente, trataremos de recuperar, reconstruir. Comprendo ahora, mientras observo el gazebo gris montevideano, que mi regreso es apenas una aproximación, un avistamiento desde el agua. Ansío poner los pies sobre la tierra.
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