Mi afinidad con la lluvia es casi tan
fuerte como la aversión que los demás sienten hacia mí por dicha
afinidad. La lluvia logra transformar mi insomnio en escritura, mi
sueño en un madrugón impensado, mis caminatas en un lentísimo
paseo de fotógrafo amateur. Mis escasos planes diarios tambalean, se
quiebran y desaparecen ante la improvisación de cualquier chubasco.
Mientras unos dicen “ahora no, está lloviendo” yo me lanzo a la
calle sin pensar ni siquiera en los paraguas.
Ahora bien, en ocasiones he tranzado
con la lluvia. Las páginas de un libro me han retenido en un sillón
por horas mientras afuera las gotas se baten a duelo con el viento.
Una buena compañía -mate mediante- me ha hecho comprender qué tan
real es aquello que se refleja en una ventana empañada. Y en
ocasiones, las películas...
Vemos "Roma", la emotiva película de
Alfonso Cuarón que todos nombran. Es el primer film que veo en este
año que gatea. Pienso que no puede tener un comienzo más
auspicioso, la película y el año. Llueve sobre la tarde de
Maldonado mientras "Roma" se desenvuelve ante nuestros ojos y el vaivén
del agua lava las baldosas. Ese bastión afectivo que es Cleo
sostiene la tensión durante las dos horas que dura la película. El
blanco y negro, la lluvia sobre el blanco y negro, los diversos leit
motiv que Cuarón propone, la tristeza, el miedo, la violencia y la
memoria. Todo queda impregnado en nosotros, estupefactos
espectadores.
"Roma" es una película de altísima
creatividad, entrañable, poética, y de un intensísima crudeza. Me
ha hecho olvidar la lluvia que, ahora, es apenas una resaca violeta
sobre los crepúsculos. Acaso, en este último olvido, reside mi
mayor elogio.
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