Lo relatado en Los
orígenes -su conmovedora piedad filial recuerda a “Entre ellos”
de Richard Ford- gira en torno a la figura de los padres del autor,
su familia. Carlos Liscano sigue la pista de sus ancestros, narra con
sencillez, claridad y concisión. Todo se vuelve sumamente íntimo
pero a la vez cierta universalidad se revela: al arrimarnos esas
vidas también se nos acerca su entorno, su contorno, un trasfondo en
movimiento que es, ni más ni menos, la representación de diversos
momentos del siglo veinte uruguayo. Como un explorador de la memoria
(y el olvido) Liscano se sumerge en los antecedentes de su
sustanciosa vida (dudas, sospechas y ratificaciones), luego la
(re)transita aprovechando el filtro de la distancia que el presente
nos ofrece. El resultado es una serie de cuadros donde disfrutamos el
paisaje de sus recuerdos familiares, el barrio de su infancia, los
rostros idos con los que ya es imposible dialogar. El texto de
Liscano no es un simple desahogo catártico, se trata de una
(re)construcción identitaria que, aunque personal, nos atañe como
lectores. Porque nos ofrece emoción, nos conmueve y nos anima a reflexionar. En mitad de la lectura me sentí interpelado: “Alguien,
al promediar la noche, seguirá leyendo”. Me enderecé en la cama,
dejé a un lado estos apuntes y seguí leyendo hasta el final.
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